LAS HOJAS SECAS.
El sol se había puesto: las nubes, que cruzaban
hechas jirones
sobre mi cabeza, iban a amontonarse unas sobre otras en el
horizonte lejano. El viento frío de las tardes de otoño arremolinaba las hojas
secas a mis pies.
Yo
estaba sentado al borde de un camino, por donde siempre vuelven menos de los
que van.
No sé en qué pensaba, si en efecto
pensaba entonces en alguna cosa. Mi alma temblaba a punto de lanzarse al
espacio, como el pájaro tiembla y agita ligeramente las alas antes de levantar
el vuelo.
Hay momentos en que, merced a una serie de abstracciones,
el espíritu se sustrae a cuanto le rodea, y replegándose en sí mismo analiza y
comprende todos los misteriosos fenómenos de la vida interna del hombre.
Hay otros en que se desliga de la
carne, pierde su personalidad y se confunde con los elementos de la Naturaleza,
se relaciona con su modo de ser y traduce su incomprensible lenguaje.

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